El 24 de octubre de 1945 se fundó la ONU, lo cual fue la encarnación de la aspiración de los pueblos del mundo a lograr que a partir del ideal de que las posteridades no sufran el desastre de la guerra que la actual generación padeció dos veces, se lleven armoniosamente unos con otros, y el unánime deseo de la sociedad internacional de preservar conjuntamente la paz y la seguridad del mundo y fomentar el desarrollo de la economía mundial.

Pero, hoy la palestra política mundial se convierte en un lugar donde se ignoran hasta los más elementales principios de las relaciones internacionales como el aprecio de la soberanía estatal, la integridad territorial, la solución pacífica de los disensos internacionales y la no injerencia en los asuntos internos, acordados y estipulados por la humanidad, y predomina la violencia de las potencias.

Lo más intolerable es que las fuerzas imperialistas acaudilladas por Estados Unidos le conceden a la ONU la prioridad de la política mundial y abusan de ella, atentando abiertamente contra la soberanía y el derecho a la existencia de los países débiles.

No es porque la ONU tiene su sede en el territorio estadounidense, pertenece a Norteamérica. Pero el imperio, tomándola por su institución inferior, manipula a su antojo sus oficinas, se comporta como “policía mundial”, interviene en los asuntos internos de otros países, les impone su voluntad; propone el bandolerismo de que otros países no deben hacer lo que él hace y cuestiona hasta el ejercicio de los legítimos derechos y la justa soberanía de los países soberanos.

A los países que lo contravienen o no entran en su agrado los califica como “países bribones” y “amenaza para la sociedad internacional” y fabricando las supuestas “resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU”, viola cruelmente su soberanía y derecho a la existencia. Les aplica por todos los medios sanciones y presiones políticas y económicas y no contento con esto, en pleno día asesina a los jefes de Estado o introduce abiertamente sus fuerzas armadas para echar a pique los gobiernos.

Lo comprueba el estado trágico de desintegrada Yugoslavia, Afganistán, Iraq, Libia y Siria, atropellados cruelmente por el cañonazo de Estados Unidos y sus seguidores.
Que nos obedezcan o mueran, esta es la ética política que proponen Norteamérica y otras potencias que se adueñan del Consejo de Seguridad de la ONU.

Esta organización internacional que suele sacar a colación la “violación de los derechos humanos” y la “represión de la democracia” de otros países, como el ciego hace vista gorda de lo de Estados Unidos y otras potencias. Como es conocido por todos, el imperio, en los años de 60 y 70 del siglo pasado, ejecutó a hurtadillas más de 900 veces el terrorismo contra las célebres personalidades del círculo político y las figuras gubernamentales de varios países. La CIA, más de 600 veces, intentó asesinar a hurtadillas al jefe de Estado de un país de tendencia antiestadounidense. Como consecuencia de las maquinaciones de Estados Unidos y sus seguidores en los años del 90 del siglo pasado, unos 50 países pasaron fratricida con el saldo de sacrificio de los 4 millones de civiles.

Las potencias de minoría, a costa de la sangre, el sudor y el sacrificio de los países débiles de mayoría que vimos arriba, logran el “desarrollo” y la “prosperidad”. Esta es la actualidad de la sociedad internacional que tiene la ONU como fondo.

El estado real de la ONU que se pone extremadamente imparcial y degenera de día en día, se comprueba más patentemente por el suceso que en los últimos tiempos acaece con respecto a la República Popular Democrática de Corea (RPD de Corea).

Ahora Estados Unidos y sus seguidores, tildando la RPD de Corea del “ser imperdonable” en la sociedad internacional, el “origen del mal”, le aplican sanciones políticas y presiones militares sin precedentes en la historia.

En cuanto al fortalecimiento de la capacidad de disuasión nuclear para la defensa y las medidas militares de la RPD de Corea los califican como la “seria amenaza” sobre la paz y seguridad del mundo, cacarean abiertamente del “cambio del gobierno” y el “desmoronamiento del régimen” y movilizan gran cantidad de medios de ataque nucleares e incluso las huestes de combate especial.

Con todo, la ONU no pone en la agenda siquiera esta coacción y despotismo sino que, por el contrario, solo adopta la “resolución sobre las sanciones” contra la RPD de Corea.

Es que deja ver su humildad como aparato político que lejos de mantener la imparcialidad y los principios en sus actividades, les sirve a las potencias.

Si no se cuestiona que una potencia cometa a su albedrío cualquier maldad y perpetre abierta dominación e injerencia en otros países, la coacción y el despotismo sino que, por el contrario, la justa meditación y empeño para hacerle frente, para fortalecerse a sí mismo y desarrollarse de manera independiente, se consideran como crímenes y deben ser objetos de las sanciones y la presión, acaso, ¿diríase que aquí hay la justicia internacional y la imparcialidad que reclama la ONU?

En la sociedad internacional hay países grandes y pequeños, pero no superiores e inferiores.

El aprecio a la soberanía, la no intervención en los asuntos internos ajenos, la igualdad y el beneficio mutuo, son, de veras, principios fundamentales estipulados por la Carta de la ONU y la condición previa del mantenimiento de la paz.

Ignorando esto, si la ONU toma la exigencia unilateral de Estados Unidos y otras potencias por la norma de sus actividades y le hace coro sin miramiento alguno a su injusta propuesta, ninguno confiará en ella.

La ONU no con la norma, el patrón de doble rasero, debe presionar a la RPD de Corea y otros países pequeños y poner gran obstáculo en su aspiración a la independencia y desarrollo, sino cumplir con su misión como organización internacional para realizarles equitativamente a los pueblos su aspiración y deseo por la paz y seguridad del mundo.

Esto es lo que con motivo del aniversario de la fundación de la ONU, la sociedad internacional exige unánimemente.