Hay un “rompecabezas” que numerosos gobernantes norteamericanos, desde el trigésimo tercer presidente Harry Spencer Truman hasta el actual Donal Trump, no han logrado descifrar a lo largo de los últimos decenios. 

Es una incógnita que Estados Unidos, que alardea de su condición de “superpotencia”, mete las narices en todos los asuntos internacionales y juzga y sentencia como si fuera el “juez del mundo”, tenga un “rompecabezas” irresoluto por tanto tiempo. 

Antagonismo RPDC-EE.UU.

La rivalidad entre Norteamérica y la República Popular Democrática de Corea data de 1945, año en que finalizó la Segunda Guerra Mundial. 
Tras la conflagración mundial, EE.UU. se apoderó de la mitad sur del territorio de Corea –si bien esta no era una nación derrotada– persiguiendo sus intereses estratégicos, fabricó un gobierno proyanqui y desató una guerra (1950-1953) contra Norcorea. 

Durante decenas de años que siguieron al armisticio, ha aplicado una política de hostilidad contra Pyongyang, en un perverso intento de reprimirlo y acosarlo. 
En ese período hubo varios acontecimientos trascendentales que condujeron a la Península Coreana al borde de un nuevo conflicto, entre ellos los incidentes del barco espía Pueblo y Panmunjom. 

Con el derrumbe del bloque socialista europeo en la década de 1990, la estructura Este-Oeste de la guerra fría fue sustituida por la de confrontación EE.UU.-RPDC. 
Este país asiático, lejos de claudicar o sucumbir a las presiones y sanciones norteamericanas, se ha fortalecido incesantemente y se le ha enfrentado al imperio intransigentemente, sin dar un paso atrás. 

Una mirada retrospectiva de la historia demuestra que ningún presidente norteamericano encontró la mejor manera de romper la nuez llamada “Corea”, aunque para el “arreglo definitivo” del problema coreano recurrió a todos los remedios como la intransigencia y latigazos acompañados del chantaje militar, seducciones y engaños, viéndose finalmente obligado a dejar pendiente el asunto para su sucesor. 

El enfrentamiento que continúa siglo tras siglo ha multiplicado el poderío de Corea, convirtiéndola en una de las mayores potencias militares dotada de armamentos sofisticados.

Para escarmentarla con la fuerza Norteamérica debe correr el riesgo de la derrota, en tanto que darle la mano conciliatoria mancilla su imagen como “superpotencia”. Un auténtico rompecabezas que la saca del quicio. 

Respuesta a la incógnita

Para mitigar ese dolor de cabeza, hace falta analizar con los ojos del anatomista la correlación de fuerzas entre los dos países.

Estados Unidos se jacta de la “supremacía mundial” tanto por su desarrollo económico como por su poderío militar. Norcorea es un país demasiado pequeño para EE.UU., tanto en la extensión territorial como en el número de la población. Empero, tiene a un ejército y pueblo fieles a su causa y que reciben la orientación de su Máximo Dirigente Kim Jong Un, dotado de una singular perspicacia y coraje.

La confrontación militar es en esencia fruto de la política hostil de Estados Unidos hacia Norcorea. 

La tercera ley de Newton sobre la acción y la reacción tiene sus aplicaciones no solamente en la física sino también en la arena política, pues Corea se ha hecho poderosa gracias a la prolongada presión norteamericana. 

Con una gran variedad de poderosos medios nucleares, Pyongyang anuncia el fin de la era del chantaje nuclear unilateral de Washington, y mejor dicho, lo amenaza. 
En conclusión, con el uso de la fuerza no hay arreglo del problema coreano. Corea es muy distinta a Libia y a Irak. La engañosa estrategia suavizadora tampoco va con la Corea “roja”. 

Entonces, ¿cuál es la más correcta solución del rompecabezas?

Es reconocer de corazón a la RPDC, renunciar a la política de hostilidad y establecer con ella las relaciones de paz. Una solución harto sencilla, pero por no hallarla Norteamérica ha sufrido hasta hoy derrota tras otra. 

Si ella, quiera o no quiera, reconoce el status de Corea como potencia nuclear y persigue la coexistencia pacífica, podrá mantener su posición de potencia y continuar su existencia como imperio.